sábado, 24 de marzo de 2012

SIN CUERDA

No me pidas que trepe si no amarras la cuerda,
hoy mis manos resbalan, cayendo al abismo, 
cayendo con fuerza.
Esa puerta entreabierta, deja entrar la corriente,
desordena mi historia.
Miro atento ese libro que se me desvanece.
Apenas quedan restos, solo surcos marcados,
ya no hay tinta que hable,
queda solo la estela de lo imborrable .
Quiero tomar ese libro en mis manos,
quiero volver a escribir nuevamente,
quiero pintar esos surcos, que sepan que existo, 
pensar diferente.
Ahora no quiero cuerdas, hoy mis alas son fuertes,
ahora escribo con fuego, marcando mi vida
con sello candente.
He fraguado mi escudo, sobre un yunque sonoro,
ahora soy caballero, mi dama es la vida,  
la vida que quiero.
Hoy mis manos son firmes, mis pisadas son fuertes,
ya no espero respuestas, el camino no es fácil, 
pero voy a encontrarme.
Ya estamos frente a frente, tú me miras, te miro.
Me devuelves la imagen, te fusionas conmigo, 
no hace falta buscarte.
Sin querer me encontraste.

                                                                      José Torres

domingo, 4 de marzo de 2012

MARIANA


MARIANA


Noches de verano envuelto en el vaivén de una vieja mecedora.
Impregnado por aroma de jazmines emanados de su pecho acogedor.
Cuantas tardes dedicadas a recolectar ese perfume para ella, a sabiendas de que me sería devuelto.
Mujer, madre y abuela en tiempos difíciles, nunca faltó en su rostro una sonrisa.
Con motivos más que suficientes nunca contaminó a nadie con sus penas.
Experta en labores de ganchillo y costura, ellas fueron las que quizás adornaban y vestían las penas que nunca se dejaban ver y existían.
Hilo conductor de vivencias humanas, transmisora de leyendas y canciones prohibidas, falta de bienes materiales, pero rica en espíritu y bondad.
Cumplió su cometido en la vida, dejar su recuerdo.
Aún hoy, no hay día en el que algo, por insignificante que sea, me haga retroceder a esos momentos ricos de la niñez.
Su recuerdo perdura incluso con quienes no la llegaron a conocer. 


Algo me empuja a dejar constancia de su paso por la vida.
Sabed que Mariana vino al mundo en 1900, aún no se había habituado a vivir cuando la muerte le arrebató al padre. Su madre, viuda, vuelve a contraer matrimonio y así
poder encajar la pieza perdida del puzzle, un padre para sus tres hijos. Pero la muerte hizo de las suyas y  le quitó lo más importante, la madre. Mariana queda huérfana sin conocer a los seres que le dieron la vida.
Enviudado, el padrastro decide emprender una nueva vida de la que Mariana y sus dos hermanos de madre no forman parte, ya que solo se lleva consigo al único hijo que el matrimonio tuvo en común.
Lo mejor que le pudo pasar a Mariana fue ser criada junto a sus hermanos al cobijo de su abuela, abuela que supo cubrir con creces la ausencia de sus padres, y a quien creo que debe esa forma de ser tan especial.
Se casó y dio como fruto cinco hijos, lástima que la persona con quien compartió su vida carecía de esa magia que ella se merecía y aún así  nunca renunció a ser ella, supo vivir y regalar su alegría.


Parte de ella sigue viva gracias a las semillas que plantó en terreno fértil y hoy siguen dando su fruto.



                                                                José Torres Martínez